How I see the world

jueves, 3 de julio de 2014

26 DE JUNIO DE 2014.

En un día como este de hace tres meses, el hombre más importante de mi vida se fue. No han echo falta meses para olvidarle, ya el primer día de su pérdida lo echaba de menos. Y el sentimiento va creciendo a medida que pasan los días y no lo veo conmigo. Los atardeceres ya no tienen ese color especial como cuando estaba él, ahora son mejores.
Hoy hace un día soleado, qué pena que no podamos disfrutarlo juntos. Apuesto a que estaríamos sentados en el bar junto a su casa tomándonos un refresquito, una Coca Cola Zero de las que tanto le gustaban, a las que llamaba al pedirlas: ' dame mi cacharrito y otro cacharro de esos pa' esta guapa', acompañado de unas aceitunitas que siempre pedía para su nieta pequeña favorita, osea yo. Solía decir que, con tan sólo bebernos eso, ya nos emborracharíamos. La verdad, lo parecía. Estábamos tan unidos... Cada tiempo que pasaba con él, parecía el último, los disfrutaba tanto que pareciera que estuviera hablando con un niño de ocho años. Era increíble el grandísimo corazón que tenía, y sus ganas de vivir. Pero al abrazarle fuerte y darle besos por toda la cara, notaba que no era así por fuera. Por fuera tenía una barbilla rasposa, la de un hombre de 74 años que se había criado en el campo, con sus borregas, y las cuales había sustituido por otras a las que seguía cuidando, y que así sería hasta el fin de sus días. Y así nos parecía que sería, pero justo antes de aquello, de aquella maldita enfermedad que nos lo arrebató.
Su presencia sigue hoy con todos nosotros y, aunque no podemos verlo, estamos seguros de que él nos cuida tal y como lo hacía cuando estaba aquí, o incluso mejor... Y eso, quien mejor lo sabe es mi abuela, a la cual le hemos cambiado el nombre por 'abuelita'. Se ha vuelto aún más pequeñita desde entonces, y no solo por fuera. Verla todo el día con la mirada perdida, y suspirando 'Ay qué penita más grande, qué penita...', me hace pensar en los momentos tan felices que habrán vivido juntos. Y los malos, que tampoco fueron pocos, pero que se esfumaron con el paso de los años y que hasta hace tres meses, seguían juntos como una piña.
Era un hombre ejemplar, y eso nunca vamos a borrarlo de nuestra mente. Ni sus bastones, ni sus sombreros. Ni su risa, ni sus historias. Tampoco su olor a jovencito y las ganas que tenía de vivir hasta los ciento y pico. Vivir con él 18 años y que me tratara como una hija ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida, y hoy, me siento con ganas de contároslo.
Te sigo queriendo con toda mi alma, abuelo, y desde aquí, te mando todas las bendiciones que mi corazón puede regalarte, infinitas.
Gracias por ser como has sido, gracias por protegernos siempre, y gracias por haber existido. Te quiero mucho, muchísimo, pastorcito. Y eso, nunca va a cambiar.