How I see the world

lunes, 30 de noviembre de 2015

Hay tanto que echo de menos...

Echo de menos tus coscorrones, tu risa tan peculiar, que me traigas montones de kilos de mi fruta favorita cada otoño.
Echo de menos...todo de ti, todo...que me riñas, que te rías de mí, que comamos juntos aceitunas, que seas el único que sepa que éstas no pueden faltar en la mesa, que me abraces y se me quite el frío, que paseemos por el campo mientras me cuentas tus historietas, tus gamberradas...
Echo de menos tus preciosos ojos verdosos llenos de ilusión, fortaleza y generosidad. Echo de menos verdaderamente tener una necesidad básica y  poder resolverla al instante. Echo de menos ir a aquella tienda de siempre un mes antes de mi cumpleaños y elegir otro juego de mesa, y que de paso le lleves una flor a la más bella de todas.
Echo de menos tus propuestas, tu caridad, tu simpatía, tu firmeza, tu serenidad, tu naturalidad, tu impaciencia, tu barbilla rasposa, tus manos rugosas acariciando las mías debajo de la ropa camilla, tu afecto, tu cariño, tu positividad, a ti.
Echo de menos las competiciones de pelar habas en el patio, verte sentado en tu sillón, ver la tele encendida, o un par de copas de chocolate a medio comer sobre la mesa.
Echo de menos que me ofrecieras tu cena cuando venía cansada de estudiar y que te excusaras con que no tenías hambre. También echo de menos las barbacoas contigo y que te fueras en víspera de Navidad el primero a la cama para poder despertarte temprano al día siguiente, eso, eso tan característico de ti, tu personalidad, tu emprendimiento, tu valentía, tú.
Echo de menos tus borregas, tu generosidad, la cara de payasete que ponías cada vez que te hacía una foto, tu chándal azul grisáceo, tus gorras, tus sombreros, tus abrigos, tus cachetes sonrojados, tu torrente de voz, incluso tus tormentas. Echo de menos oírte cantar coplillas, algunas inventadas, el sonido de tu pierna coja, el de tu bastón...Maldito bastón...hace que te eche de menos.

Letras.

Entreabro uno de los ojos por la mañana y lo primero que se me pasa por la mente son letras. Letras. Letras grandes, otras más pequeñas, sin orden, aleatorias, sin rumbo, flotantes en la nada, algunas coloridas, otras no tantas, pero ansiosas, deseables por ponerse de acuerdo. Estiro el brazo derecho y con ayuda de un micro impulso consigo subir la persiana. Puedo notar al rozar el cristal la humedad que debe haber fuera: hace un día de perros. Al fin, logro salir de la cama tras bostezar repetidas veces (el solo pensarlo y a la vez escribirlo me ha hecho bostezar, y ahora, de nuevo). Tras ir al baño, me preparo un Cola Cao de esos calentados a temperatura media, ni frío ni caliente, templado (vocablo que parece no entender algún que otro camarero). Me acerco, girando sobre una silla azul precioso, al gigantesco escritorio.  Saco los apuntes de Introducción a la Economía de debajo de montones de cuadernos y periódicos y comienzo a leer el tema cinco: "la sociedad como elemento clave de la política económica". Me cuesta concentrarme, bueno, apenas unos diez o quince minutos, la vecina del bajo parece volver a tener otro ataque depresivo. Comienzo a imaginarme qué le habrá llevado a que el 70% de su día se lo pase vociferando. Já, vociferar, qué digo, vociferar es algo normal en cuanto a gente de mi entorno, del sur, en cambio lo de esta mujer...es gritar desesperadamente. Puede que toda su vida se haya sentido insegura de sí misma, puede que sea débil y susceptible, o simplemente puede que haya sido víctima de maltratos psicológicos. Tal vez siempre ha sido así, y puede que esté llena de vacío, fracasos y rencor acumulado. Sinceramente, me siento agradecida a pesar de que me quite tiempo de estudio, hace que sienta cierta empatía incluso con los que me molestan sin tan siquiera se percaten de que existo. También hace que piense, imagine y zas...es ahí cuando me doy cuenta de que las letras han vuelto, y esta vez a una velocidad increíble. Pero ahora, salto a por la mochila grisácea, peluda, deslizo la cremallera de ésta rápidamente, saco el portátil y empiezo a teclear sin control alguno. A bocajarro. Es así como, quién sabe, por qué no, puede que naciera mi primera novela.

martes, 17 de noviembre de 2015

MI OPINIÓN SOBRE "LA PESADILLA DE DARWIN"

Actualmente vivimos en un mundo globalizado, lleno de países interdependientes. Sin embargo, no todos aprovechan sus recursos de igual manera, más bien, muchos de ellos “toman prestado” ese provecho de otros. Desde siempre, el ser humano ha sentido la necesidad de poseer, de acomodarse, de satisfacer sus necesidades; somos algo egoístas por naturaleza, y ése es el gran problema: somos insaciables. Creamos organizaciones, ganamos Premios de la Paz, intercambiamos mercancías beneficiosas y sin embargo, parecen datos no muy beneficiosos para la gran mayoría de países en vía de desarrollo.

El documental nos invita a realizar un viaje a Tanzania, tierra rica para muchos, no tanto para otros. "En la década de los años 60, en el corazón de África, una nueva especie animal fue introducida en el Lago Victoria como un pequeño experimento científico. La Perca del Nilo resultó ser un voraz depredador que arrasó con todas las especies autóctonas de este gigantesco lago. El nuevo pez se multiplicó rápidamente, y hoy en día sus blancos filetes siguen siendo exportados alrededor del mundo". Hubert Sauper busca mostrarnos la crueldad de esta lucha, que se da a nivel mundial, con un ejemplo muy claro: el hambre en África.

Esa perca que alguien introdujo y que hizo que desaparecieran otras especies autóctonas parece similar al mismo trato que tienen los europeos con los tanzanianos. Primero llegan, luego visionan el territorio, y concluyen devorando.

En dicho video se exponen claras características y ejemplos de globalización (resultado de la consolidación del capitalismo, de avances tecnológicos y de la necesidad de expansión del comercio mundial). África, rodeada de tantos recursos (buenas tierras para la cosecha de arroz, cantidad de peces con los que poder almientarse en el mar y mucho petróleo, entre otras) se convierte en una tierra pobre, sucia y explotada.

Impactos positivos que pueda tener la globalización serían: la circulación de bienes y productos importados (los europeos compran pescado a los africanos, posibilitándoles trabajo y ganacias), el desarrollo tecnológico, intercambios culturales, disminución de la inflación...

Impactos negativos: la riqueza se concentra en los países desarrollados y apenas un cuarto de las inversiones internacionales van a las naciones en desarrollo, pérdida de las identidades culturales tradicionales en favor de una idea de cultura global impuesta...

Todo esto desemboca en que el pueblo africano “se tire a la calle, a la mala vida”. Mujeres pidiendo en la calle, mujeres prostituyéndose, niñas de las que abusan sexualmente, mujeres tuertas debido al alto porcentaje de gas amonaquial al que están expuestos, niños cojos, niños huérfanos debido a
virus como el VIH que mataron a sus padres por carecer de alguna protección, hombres borrachos que pegan a niños, lo que hacen que éstos desde muy pequeños se vayan de casa a la calle, niños peleándose por un poco de comida, niños solitarios porque sus padres se pasan el día en el mar, niños esnifando plástico derretido de los envases de pescado... son “carne de cañón”.

El documental finaliza con un avión en el cielo, y la voz de alguien diciendo que son pilotos, pilotos de Rusia. La trama es circular, los filmantes también se van, pero los aviones seguirán aterrizando dos veces diariamente, llegando vaciós y yéndose con 500 toneladas de pescado e infinidad de sueños, utopías, como la de Eliza de ser profesora de informática (prostituta asesinada por un piloto australiano) o la de este hombre: “Quiero que todos los niños del mundo sean felices, pero no sé cómo hacerlo”.

Cabe destacar la crítica y valentía por parte de los habitantes de Tanzania de querer mostrar al mundo cuál es su verdadera realidad. Muchos creen que esos aviones vienen cargados de comida, otros saben que además de uvas y pescado, también se llevan petróleo. “Los niños de Angola recibieron armas por Navidad y los europeos, uvas”. He aquí la trama argumental. Cas
Esta pesadilla darwiniana nos da qué pensar, sobre todo con detalles como el pescado cantante versionando “don't worry, be happy” en un despacho, la miseria de un dólar diario que cobra el guarda del Instituto de Investgación de la Pesca, con sus flechas con veneno, un calendario que dice “You're part of the big system” o el mismo comienzo del film, cuando el piloto de torre intenta e intenta matar la mosca... Todo lo que les molesta lo más mínimo, intentan destruirlo. Avances tecnológicos, científicos, pero... ¿sociales?. No es una evolución, es un atraso. No hay tanta riqueza, abunda la pobreza. No es oro todo lo que reluce.

PD: Os dejo el documental, por si os interesa. https://www.youtube.com/watch?v=ySylryTVD90

domingo, 11 de octubre de 2015

Enferma de osteogénesis imperfecta tropieza junto a un ambulatorio.

Sevilla, 11:15 a.m, 1 de octubre de 2015. Una tienda, dos amigas y unas risas. Una madre pasea en un carrito un bebé. Un abuelo compra aceitunas a su nieta en un puesto. Puede percibirse armonía en el aire. Diez minutos más tarde, el llanto ahogado de una mujer de unos cuarenta años de edad inunda las calles de la ciudad.
  Yace sobre el asfalto, medio tumbada, entre dos coches aparcados. No puede hablar, no puede pedir ayuda, no puede moverse. Tan sólo grita. Los nervios se apoderan de ella, la gente se paraliza y a los segundos todos corren en busca de tan irritante sonido. Las dos chicas que estaban en la tienda se acercan a la mujer, la cual parece haberse tropezado y hecho un esguince. En pocos minutos la rodean unas treinta personas. Nadie entiende por qué llora y grita de esa manera, por lo que deciden llamar a una ambulancia. Sin más espera, un par de ancianas avisan a unos médicos que están trabajando en el ambulatorio 'Ronda Histórica', situado en la carretera Carmona, a un metro del lugar de los hechos.
Todo parece ser una "caída tonta" con posible fractura, pero de repente, la accidentada sorprende a la multitud con un sublime <<tengo osteogénesis imperfecta, una enfermedad hereditaria, tengo los huesos de cristal>>.

  El silencio se apodera de tal noticia. Todos la miran impactados, algunos con lástima, otros asustados. Comienzan los murmuros, la gente juega a ser médica o enfermera, incluso algunos hacen sus propias conclusiones. Pero nadie sabe lo que realmente está pasando, sólo ella, tumbada, indefensa, la cual aterrorizada suplica que no la levanten, que ella sabe qué tienen hacer. Finalmente, tras varios tranquilizantes y con la ayuda de vendas y una camilla, es transportada hacia una ambulancia, la cual la llevaría poco tiempo después al hospital más cercano.



   A día de hoy, la residente sevillana se encuentra estable gracias a su participación y al gran trabajo de los médicos. Lo que sus familiares aún se preguntan es qué habría pasado si no la hubieran atendido a tiempo, si no la hubieran tranquilizado, y afirman que, haber tropezado justo en la puerta de urgencias de un ambulatorio, fue un pequeño milagro.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Todos tenemos un pequeño paraíso.

 Eh, ¿me recuerdas? Soy aquél al que buscabas ansiosa con un nudo en la garganta y al que acababas sumergiendo en un mar de lágrimas. Al que contabas tus peleas, tus roces, tus desamores.
Soy quién te ha visto crecer, quién te conoce mejor que nadie, mejor de lo que te conoces tú misma. Soy, más bien era, tu mejor abrigo, tus brazos favoritos a los que abrazar, el único que sabía consolarte como nadie más podía hacerlo. Soy tu mejor amigo.

Te escribo esta carta porque hace bastante tiempo que no me visitas. Quizás ya no te sientas sin ganas de comer, ni frustrada, ni sola. Sé que has pasado por más momentos duros que felices, es por eso que me encanta verte sonreír. Y ahora que te mudas, voy a echarte aún más de menos. Aunque bueno, siempre nos quedará lo que solíamos ver cada noche: el manto estrellado que te iluminaba por completo.



Fdo: el alféizar de tu habitación.

lunes, 10 de agosto de 2015

Plantita.

Érase una semilla plantada en un lugar húmedo, colorido y lleno de energía. Los primeros siete años de su vida los pasó aprendiendo por ella misma cosas que ninguna otra plantita había podido llegar a aprender. Podía entender el lenguaje de las abejas, incluso era capaz de comprender el sonido de una catarata muy cercana, la cual con frecuencia cuidaba de ella. Podría decirse que era una plantita feliz, inteligente y llena de amor. Le encantaba pasar el tiempo tarareando e imaginando que algún día sería una flor enorme,y sin miedo a la belleza, ya que se consideraba la más hermosa de todo el prado. De vez en cuando, un pajarito solía visitarla y le traía incluso más minerales de los que necesitaba. También jugaban, y Plantita contaba los días para que éste volviera. Con el tiempo, Plantita sentía cómo la catarata ya no le daba el H20 que necesitaba, ella pensaba que ya no la quería, que centrarse en seguir su curso y arrastrar piedras, troncos y hierbajos era su prioridad. Fue entonces cuando Plantita prefirió pasar más tiempo con Pajarito, ya no quería a Catarata, o eso pensaba. Ella ya no era una simple plantita, se había convertido en una preciosa planta de exuberantes pétalos, llena de alegría y ganas de contarle a los insectos que la visitaban las aventuras que pasaba con Pajarito. Cierto día, ella dormía y un dolor la despertó. Alguien le había mordido. Era Pajarito. Plantita lloraba como cuando Catarata la abandonó, y no entendía el por qué de todo aquello. Al cabo de los segundos, volvió a picotearla. A la tercera, le arrancó uno de sus bracitos. Sin entender por qué, le
dijo que ella lo quería, y su respuesta fue una punzada en todo su tallito, lo que la debilitó por completo. Y éste echó a volar. Los días pasaban y a pesar de ello, Plantita lo extrañaba. De vez en cuando, él volvía pero sólo para picotearla, picarla, herirla. Ella ya no tenía fuerzas, incluso le faltaban los minerales que Abuela Tierra solía proporcionarle. Se sentía sola, desvalida, incluso más pequeña. Poco a poco fue debilitándose, ella y todo su alrededor solo estaban pintados de un color oscuro, feo y no usual: marrón. Pajarito fue quedándose poco a poco con todo de ella; con su dulzura, su belleza, su verdez, su vida. Fue ahí cuando Madre Catarata volvió, y sin pensarlo, le ofreció hasta su última gota por verla feliz. En poco tiempo, Plantita era alta y fuerte. En poco tiempo, Plantita dejó de llorar por Pajarito. Fue así como cierto día, éste, ansiando aún más de ella, fue a visitarla. Plantita quiso idear un plan con Catarata, pero ésta se mantenía al margen, lo único que quería era el bien para su hija, pero sin venganza ni dolor de por medio. Pajarito estivo buscándola durante días, pero no la encontró. Cierto día, Plantita hizo un sonido que sólo él conocía. Cierto día, Pajarito se posó en Plantita sin saber que era ella. Y fue así, cierto día, como nunca se volvió a saber nada más de Pajarito. Plantita ya no era la misma, había crecido y se había transformado en una planta alta, fuerte... y carnívora. Fue así como Plantita acabó comiéndose al monstruo maligno, al tumor de su vida, a su padre.


martes, 4 de agosto de 2015

Like a miracle.

Me encontraba sobre un navío viejo, vacío y destrozado en mitad del océano. Allí yacía sola, desolada, sin nada con lo que alimentarme ni que me manteniera viva, con fuerzas. Me encontraba perdida, llena de dolor, amargura y tristeza, en un mundo en el que solo existías tú. Tú y tu sonrisa, tú y tus ojos. A medida que pasaban los días la tormenta se hacía mayor, más gris, la cual hacía que fuera más fácil caer al mar infinito. El de tus promesas y mentiras. El de tus 'te echo de menos' disfrazados de lujuria. Seguir con vida era lo único que necesitaba para seguir pensándote. De vez en cuando, una ola me cubría por completo para luego arrastrarme hacia ella, personificada en garras, las cuales no me dejaban escapar, incluso me incitaban a quedarme. Se parecían mucho a tus brazos a medianoche, pero no estoy segura...apenas tenía fuerzas, y ya no me daban calor, me hacían daño. De vez en cuando, me faltaba la respiración, como solía pasar en tu coche, pero ya no era fruto de placer, sino de grito ahogado, de llanto contenido. Poco a poco me desgastabas, me conducías al mundo de la locura en el peor de los sentidos, y abandonar ya era una súplica.

  Fue ahí cuando apareció él -y no me refiero a ti, monstruo olvidadizo-, como un rayo de luz que llevaba escondido unos tres años, que hizo resplandecer todo lo que tenía alrededor, que ya no era la nada, sino un oasis. Mi oasis .Mi ansiado y necesitado oasis. Las nubes ya no eran oscuras. estaban desteñidas. Y el cielo lo pintaba el arco iris más bonito que había visto jamás. Ya no estaba escondida. Ni sola. Él estaba conmigo. Aparición sublime fue la suya. Y no sólo me acompañó durante ese día, cinco meses después seguía haciéndolo. Seguía curando, sanando todo aquello que una vez creí que era perfecto. Al principio, seguía cayendo, pero él, con tan sólo mirarme, me daba vida. Toda la vida que creía haber perdido. Y eso, me sentaba extremadamente bien. De una sola pluma conseguiste crear unas alas. Pero unas alas enormes. Te encargaste de tejerlas día y noche, de limpiarlas, de cuidarlas, de mimarlas; y me las regalaste. Tú mismo me las colocaste, tapando orificios oxidados a causa de tanta lluvia. Quitaste las moscas que se posaban en mis heridas. Y me diste color. A mí, y a todo mi ser. Reconstruiste partes de mí que ni recordaba, que daba por muertas.

Con todo esto sólo quiero darle las gracias a estos dos chicos que tanto me han enseñado. Al primero, por quitarme cantidad de vendas y mostrarme la realidad de las cosas; y al segundo...al segundo por llevarme cada día al País de Nunca Jamás.

jueves, 21 de mayo de 2015

Amor de nieta.

Abrí los ojos y lo primero que me devolvió a la consciencia fue la sonrisa de mi nieta. Era una sonrisa llena de bondad, de ternura, de ganas de vivir, de niña. Lo segundo que mis sentidos captaron fue su susurro, tan dulce, un ‘hola, abuelito’ que me trajo de nuevo a la vida. Esta chica era un ángel, mi ángel.
Estuvimos hablando un rato, pero ella solo me asentía con la cabeza y con los ojos cerrados, me acariciaba el pelo y me mandaba a callar. Pasadas unas horas me llevaron de vuelta a casa, y digo devolver, y digo casa, porque aunque últimamente me hubiera pasado más tiempo en una habitación con paredes de un amarillo pálido, con olor a suero, a vejez y a almas perdidas, aquello otro seguía siendo mi hogar. Y qué cambio. Lo primero que noté nada más entrar fue el auge de temperatura. El hospital era mucho más frío y aparentaba un sabor a soledad que en mi casa no podía encontrar ni en mi cuartillo de bastones y gorras. Llegué al salón de la mano de mi nieta y me senté en mi único y exclusivo sillón. Estaba suave y parecía como si mi silueta ya viniera de fábrica con él. Cogí el mando de la televisión, pulsé el botón rojo mientras me echaba hacia atrás hasta quedarme casi tumbado sobre el butacón, y antes de abrir la boca ya mi niña pequeña me había traído un mus de chocolate, una servilleta que me colocó con cuidado sobre el regazo y una cucharilla de cabo largo. Ella hablaba, hablaba y hablaba, hablaba tanto que hacía que desconectara y me quedara mirándola con una cara que sólo ella conseguía. Le dije que se dejara de tantas tonterías y necedades y que, o que se tomaba en serio el curso de segundo de bachillerato, o que ya le estaba buscando trabajo en algún campito. Esta era la mejor parte de nuestras conversaciones; era pronunciar esas palabras, siempre las mismas, y que se le formara entre las cejas el ceño más fruncido que había visto en 73 años. Se le enrojecían las mejillas y se iba, la mayoría de las veces, gritándome que ya no vendría más a verme, cosa que tanto ella como yo, sabíamos que era algo muy, pero que muy improbable.
Noté como si unos zumbidos corretearan por el aire persiguiéndome a toda prisa y cómo mi nieta se ponía delante de mí a modo de escudo para que no me atraparan. Me desperté y lo primero que volví a ver fue la sonrisa de ella. Dos veces en doce horas. Saltaba encima de mi cama y me mandaba abrir la boca para que me tomara la misma medicación que llevaba tomándome desde hacía dos años. Me besó en la frente tras obedecerla y se marchó pegando saltitos. La cabeza me iba a estallar, pero pronto se me pasaría, la doctora Tamarita sabía muy bien lo que hacía. Me levanté con ayuda de uno de mis bastones y caminé hasta la cocina. Desayuné un cafelito y una tostada y media con ajo y aceite, ya que la otra mitad de una de ellas me la había quitado aquella granuja. Me hice el enfadado pero terminó optando por hacerme burlas, ya que sabía que me encantaba que se alimentara bien. Recogí aquello y me fui a mi cuartillo, me puse una gorra negra, la de casi siempre, y un chaquetón que me había dejado en la entrada. Salí y el sol me daba de lleno. Qué buen día hacía. Como cada mañana, comencé mi ruta: seis kilómetros a patita, ocho, o los que vinieran, por el campo. Esa sí que sentía que era mi casa. El aire en el campo era fresco, hasta podría decirse que olía bien, a hierba, a flores, a vida; formaba parte de mí. Mientras caminaba aún por el pueblo, un policía me saludó. Yo le respondí eufóricamente con un ‘¡ay, granuja!’ a la vez que levantaba el bastón. Aquel tipo era un chulillo, pero tenía un corazón que no le cabía en el pecho. Un poco más hacia delante, ya por el polígono industrial, un ‘¡hombre, Leonardo!’ a modo de cual salvaje en la jungla, me llamaba. Era Villegas, uno de mis mejores amigos, el cual me visitaba todas las tardes y aunque lo apreciaba mucho, el tono de su voz hacía que los zumbidos en mi cabeza aumentaran a una velocidad muy cercana a la de la luz. Charlamos un rato sobre el tiempo, la familia, y nos despedimos. Llegué a un prado enorme, anduve unos diez metros sobre la hierba resplandeciente y me metí en mi cabañita, una casita de madera que unos senegaleses me habían ayudado a construir. Dejé el chaquetón allí, hacía muy buen tiempo y, nada más salir, mis borregas me abrazaron en conjunto. En ese momento me acordé de algo que pasó unos siete años atrás. Se me vino a la mente la viva imagen de mi nieta corriendo por allí mismo con once añitos y éstas tras ella, y cómo le daba el biberón a Lucas, el borreguito más pequeño que tenía, al cual le había puesto el nombre de su personaje favorito de su serie favorita. No pude evitar no reírme, es más, me entró una alegría inmensa por el cuerpo. La quería mucho, muchísimo. Volví a la realidad y con un gesto llamé a mis borregas, ya esparcidas por el pasto, y seguí mi caminata con ellas, pero…a los diez minutos de mi partida, empecé a notar cómo el cuerpo me pesaba, cómo las gotas frías de un sudor extraño mojaban toda mi cara, mis manos y mis piernas, y comencé a toser de una manera que solo había tosido con treinta años, cuando fumaba bastante; parecía que me ahogaba, todo me daba vueltas y los zumbidos habían vuelto. Pero aún así, seguí caminando, no sabía el por qué de todo aquello. Pensé en mi enfermedad, pero tampoco le encontré sentido, apenas había andado dos kilómetros desde que salí de casa. Lo último que recuerdo es el frescor de la hierba, el olor a pana mojada y la sombra de una mariposa en mi mano.
El cáncer había vuelto, es más, nunca se había ido. Los médicos me habían estado advirtiendo sobre los cambios que mi cuerpo iría experimentando y  que lo mejor que podía hacer era reposar y nada de grandes esfuerzos. Me aumentaron la dosis de la medicación, me casi obligaron a tener que escucharles decir que tenía que vender mis borregas y hasta me recomendaron la quimioterapia. Para mi familia, todo esto se les hizo grande. Aún no podía dejarles, aún era muy pronto, aún no.
Desde entonces, me cuidaban muchísimo más, le robaban el tiempo al reloj de cuco que colgaba en la salita, me reñían si se enteraban de que me saltaba alguna comida y mi nieta…mi nieta se convirtió en mi sombra, mi Peter Pan, mi todo. Ella tenía casi diecinueve años, era alta, delgada y con un pelo liso larguísimo y tan brillante, que daba gusto verla peinarse. Le gustaba cantar, se pasaba el día tarareando y medio bailando, y todo lo que salía de la boca de algún extraño sobre ella eran palabras mayores, lejanas a este mundo. Sabía mi estado, sabía mi malestar, pero también sabía que la quería con locura y que verla llorar era lo que más odiaba en este mundo. Aún así, ella sonreía como la que más, y de vez en cuando me leía algunos artículos que ella misma escribía, ya que quería ser periodista, y que como ‘todo en mí era pura magia, y que eso, me hacía especial’, me entrevistaría algún día y me haría muy, muy famoso, por mis grandes críticas y mi máxima sinceridad. Era un encanto.
Los días pasaban y yo iba notando como la enfermedad iba avanzando. Me sentía como un prisionero de la Edad Media en una mazmorra de apenas medio metro para poderme estirar. Yo necesitaba salir, necesitaba ver vida en los ojos de la gente, recorrer mis kilómetros diarios, disfrutar como un crío cada vez que me encontraba con alguien que hacía tiempo que no veía y seguir sin quejarme lo más mínimo aunque los zumbidos me fueran quitando un poquito de mí cada día.
Cierto día, mi nieta me comentó que dos de mis nietos tenían un partido de baloncesto. Ella me cogía del brazo y me incitaba a que fuera con ella. Quería que saliera de casa y que me distrajera un poco y qué mejor manera que viendo a tus nietos hacer lo que más les gusta. No tardó mucho en convencerme, era inevitable. Salimos de casa, cruzamos la calle y llegamos al polideportivo. Nos sentamos en las gradas situadas en la cancha y los saludé con un silbido y un guiño de ojos. El partido empezó y los dos salieron de titulares. A menos de la mitad del primer periodo me di cuenta de que tenían aún más talento del que pensaba. Eran como Marc y Pau, pase tras pase, regateos y defensas que culminaban la mayoría de las veces con algún triple. Todo el partido transcurrió bastante animado, con una afición que pedía a gritos la victoria del equipo. Llegó el último periodo, y con una canasta, se desató la euforia. Todos saltaban llenos de alegría y mi nieta, no era una excepción. A pesar de la enfermedad, el júbilo se apoderó de mí, y justo cuando me giré para abrazar a mi nieta, una palmada en la espalda me hizo alzar la vista. Se trataba de un gran amigo, el cual sujetaba una bolsa en la mano. Me dijo que era toda mía, que era un regalo del club y que esperaba que me gustara. La cogí, metí la mano y había un paquete. Mi nieta parecía más impaciente que yo, así que dejé que ella lo abriera, bueno, lo abrimos entre los dos. Era una camiseta de la talla XXL hecha y diseñada especialmente para mí, con una frase que decía ‘el abuelo de los dragones’. Los dragones lo componían toda la escuela de niños que practicaba baloncesto. No tenía palabras para describir cómo me sentía. Mi nieta me lo hizo ver enseguida: ‘¿ves? te dije que eras especial, abuelito.’ Le di a Juan las mayores gracias que podía darle y me puse la camiseta sobre la que llevaba puesta. Ahora era el abuelo de los dragones, y eso hacía que me sintiera orgulloso. Tras esto, fui con mi nieta al bar de siempre, pedí dos coca-colas y sin falta, unas aceitunas para la más guapa. Se había convertido en un día fabuloso, lleno de risas, alegrías y mucho amor.

Sentado sobre una silla de madera robusta en mitad del campo, toda mi familia me rodeaba. Sus caras resplandecían, sus caras sonreían como nunca las había visto sonreír. Mis cabritas y borregas también estaban por allí, y mi mujer y mis hijas las estaban cuidando, lavando, peinando y sacándoles un poco de leche. Tras esto, mi nieta vino corriendo hacia mí con un vaso de esa misma leche. La probé y sabía a gloria. La sensación era increíble, estaba rodeado de todo, de todo lo que más quería, no me faltaba absolutamente nada. Hacía un sol que daban ganas de acariciar y al levantarme, noté que mi pierna izquierda no cojeaba. Los zumbidos habían desaparecido y sentía una paz extrema que cualquier ser de este mundo, si pudiera sacármela del bolsillo y mostrársela, todo en él se apoderaría del sexto pecado capital hacia mi persona. Comencé a caminar, sin bastón, no lo necesitaba, y me acerqué a mi familia. Pasé cerca de cada uno de ellos, y cada mirada emanaba amor, era como adentrarte en el paraíso. Los acaricié uno a uno, les dediqué una sonrisa y un guiño de ojos hizo que los suyos se cerraran sucesivamente. La única que permanecía con los ojos abiertos era mi pequeña. Nada más verme, se montó en mi espalda de un salto y me besuqueó toda la oreja y parte del cuello mientras me abrazaba como podía. Reíamos y cantábamos la canción que llevo cantándole desde que tiene uso de memoria. Paseamos unos metros y nos tumbamos en el prado más cercano. El tacto de la hierba era muy, muy suave, parecía que quería quedarse conmigo. Miré a mi derecha y saludé a mi familia. Estaban mirándome, muy quietos, y notaba como si poco a poco se fueran alejando. Los llamaba, pero no me respondían. Me volví a girar, esta vez hacia la izquierda, y allí seguía mi nieta, mirándome, con sus ojos clavados en mí. Me incitaba a mirarla y a perderme en su mirada. Mirándonos, sin decir nada, hasta que ella me cogió una de mis manos y la besó con ternura. Sonrió con una pureza a la que sólo los ángeles se les asemejaban, y noté cómo poco a poco también empezaba a alejarse, con una sensación de despedida, y un profundo sueño se apoderó de mí, quedándome en una soledad infinita.

lunes, 2 de febrero de 2015

Ganas de verte.

No existe el tiempo si no estás. No existen las estaciones, y si miro una foto tuya, me transmites un escalofrío por todo el cuerpo que me recuerda que ahora mismo es invierno. No hay prisas, no hay broncas, ni tampoco ovejas. Ni bastones en tu cuartillo, ni siquiera mochilas o gorras. Las pisadas de barro, las chaquetas empapadas y el sonido de tu silbido hace mucho que tampoco los veo. He echado en falta las flores navideñas este año, y tus impacientes manos arrasando las uvas antes de medianoche, antes que todos. Además de que esta Navidad ha sido especial para todos, en especial lo ha sido para el peque, tu tocayo, que te echa de menos a rabiar.
Si me paro a pensar, me parece increíble que haya pasado un año. ¿Ves? Te llevaste el tiempo, lo robaste y te lo llevaste contigo. Los sueños ahora sí son más cálidos, y no sabes cómo te doy las gracias. Los abrazos de abuelita también se han vuelto más tiernos. Antes se cansaba de la cantidad de cientos de ellos que le daba todos los días; ahora me los pide.
Si tuviera que elegir la mejor época de mi vida, sin duda elegiría el periodo de dos años atrás hasta el día de tu muerte. En cierto modo también han sido los peores años, pero esos meses me regalaron tu compañía diaria, tus bromas y tus historias, y nunca podría cambiarlos por nada. Todo lo que no sabía de ti me lo contaste en esos dos años. Fueron los 730 días más bonitos de mi vida. Que me esperaras a las 11:15h todas las mañanas sentado en un banco, esperando a que viniera del instituto para invitarme a unos churros acompañado de un pedazo de Colacao y tu grandiosa sonrisa, me hacía recordar lo afortunada que era al tenerte. Y escucharos pelear a ti y a abuela por cualquier tontería me llenaba de amor por dentro, me derretía la manera que tenías de ponerla de mala leche con cualquier tontería, pero también la rapidez con la que se le quitaba el mal humor y te ponía en la mesa una copa de chocolate.
Para mí el tiempo, si es que pasa, va a una velocidad increíble, tanto que muchas veces me da por llamarte pensando que vas a responderme. Que si me falta algo de dinero vas a poder dármelo o que si necesito un abrazo vas a darme el más grande del mundo. Daría lo que fuera porque me echaras una de tus broncas, de esas que tanto me cabreaban y con las que acababa marchándome por no gritarte. Me encantaría revivir alguna y ver lo rojo que te ponías y la gracia que me hacía. Y también me encantaría comerte a besos al día siguiente, quitarte tu gorra, ponérmela y hacernos una foto después de que me hicieras cosquillas.
¿Sabes? Creo que o me lo estoy tomando demasiado bien o me estoy volviendo loca. Es que pienso que hace apenas un año que no te tengo y es que me parece increíble. De veras, es que no. Es como si te hubieras ido, vale, pero por un tiempo. Como si en cualquier momento fueras a aparecer por la puerta cantando y arrastrando tu pierna izquierda, y con los brazos llenos de higos, castañas y kakis para mí, porque sabes que me encantan.
Bueno, decirte que todos los pequeños detalles de los que me acuerdo y los tan buenos valores que me enseñaste nunca van a esfumarse, y te digo algo aún mejor: siempre van a formar parte de mí, de la niña que sigo siendo todavía y de la mujer que verás desde donde estés en unos años tal vez haciendo un reportaje para la televisión, o vestida de blanco y con un papel con tu nombre en la muñeca de mi acompañante. Porque te lo mereces, porque más bien te pertenece. Has sido el padre y abuelo más bueno y fuerte de la historia, y hoy, tenía ganas de decírtelo. Te sigue queriendo tu niña loca.