How I see the world

lunes, 30 de noviembre de 2015

Letras.

Entreabro uno de los ojos por la mañana y lo primero que se me pasa por la mente son letras. Letras. Letras grandes, otras más pequeñas, sin orden, aleatorias, sin rumbo, flotantes en la nada, algunas coloridas, otras no tantas, pero ansiosas, deseables por ponerse de acuerdo. Estiro el brazo derecho y con ayuda de un micro impulso consigo subir la persiana. Puedo notar al rozar el cristal la humedad que debe haber fuera: hace un día de perros. Al fin, logro salir de la cama tras bostezar repetidas veces (el solo pensarlo y a la vez escribirlo me ha hecho bostezar, y ahora, de nuevo). Tras ir al baño, me preparo un Cola Cao de esos calentados a temperatura media, ni frío ni caliente, templado (vocablo que parece no entender algún que otro camarero). Me acerco, girando sobre una silla azul precioso, al gigantesco escritorio.  Saco los apuntes de Introducción a la Economía de debajo de montones de cuadernos y periódicos y comienzo a leer el tema cinco: "la sociedad como elemento clave de la política económica". Me cuesta concentrarme, bueno, apenas unos diez o quince minutos, la vecina del bajo parece volver a tener otro ataque depresivo. Comienzo a imaginarme qué le habrá llevado a que el 70% de su día se lo pase vociferando. Já, vociferar, qué digo, vociferar es algo normal en cuanto a gente de mi entorno, del sur, en cambio lo de esta mujer...es gritar desesperadamente. Puede que toda su vida se haya sentido insegura de sí misma, puede que sea débil y susceptible, o simplemente puede que haya sido víctima de maltratos psicológicos. Tal vez siempre ha sido así, y puede que esté llena de vacío, fracasos y rencor acumulado. Sinceramente, me siento agradecida a pesar de que me quite tiempo de estudio, hace que sienta cierta empatía incluso con los que me molestan sin tan siquiera se percaten de que existo. También hace que piense, imagine y zas...es ahí cuando me doy cuenta de que las letras han vuelto, y esta vez a una velocidad increíble. Pero ahora, salto a por la mochila grisácea, peluda, deslizo la cremallera de ésta rápidamente, saco el portátil y empiezo a teclear sin control alguno. A bocajarro. Es así como, quién sabe, por qué no, puede que naciera mi primera novela.

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